jueves, 10 de diciembre de 2009

Rencor, tengo miedo de que seas amor


Rencor, mi viejo rencor,
dejame olvidar
la cobarde traición.
¡No ves que no puedo más,
que ya me he secao
de tanto llorar!
Deja que viva otra vez
y olvide el dolor
que ayer me cacheteó...
Rencor, yo quiero volver
a ser lo que fui...
Yo quiero vivir...
Este odio maldito
que llevo en las venas
me amarga la vida
como una condena.
El mal que me han hecho
es herida abierta
que me inunda el pecho
de rabia y de hiel.
La odian mis ojos
porque la miraron.
Mis labios la odian
porque la besaron.
La odio con toda
la fuerza de mi alma
y es tan fuerte mi odio
como fue mi amor.
Rencor, mi viejo rencor,
no quiero sufrir
esta pena sin fin...
Si ya me has muerto una vez
¿por qué llevaré
la muerte en mi ser?
Ya sé que no tiene perdón...
Ya sé que fue vil
y fue cruel su traición...
Por eso, viejo rencor,
dejame vivir
por lo que sufrí.
Dios quiera que un día
la encuentre en la vida
llorando vencida
su triste pasado
pa' escupirle encima
todo este desprecio
que babea mi vida
de amargo rencor.
La odio por el daño
de mi amor deshecho
y por una duda
que me escarba el pecho.
No repitas nunca
lo que vi' a decirte:
rencor, tengo miedo
de que seas amor.


Nosotros también tenemos esa duda que nos escarba el pecho. Leyendo cada una de las cartas de los lectores devenidos alter ego de la más insensible derecha, nos sentimos capaces de afirmar que todo ese odio que le tienen al gobierno K, en verdad, ¡es amor! ¿Quién ignora que la peor de los aversiones es la indiferencia?, ¡ni un niño! En cambio el odio es la contratara del amor. Lo dijo San Agustín, no lo decimos nosotros.

No tenemos dudas de que el odio es el preludio de la violencia. Antes de una guerra, la estrategia indica enseñar al pueblo a odiar el objetivo político al cual se desea destruir. Por dar algún ejemplo, se inculca a los soldados el odio hacia el enemigo hasta lograr alterar la realidad de ese objeto del odio. Sencillamente se desfigura su realidad objetiva. ¿Acaso no es lo que hace la oposición, encarnada en la región por estos individuos que garabatean sus infortunios en el paskín más famoso aunque escasamente respetable?

Hablemos claro. Se odia lo que no se puede amar, tener o controlar. Se odia por envidia. Llega a desdibujarse la base de ese sentimiento y convertirse en un chancro que se retroalimenta y perpetúa. Spinoza escribe al respecto: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio”.

Encontramos esta definición del odio, y nos gustó: “El odio es una emoción supremamente simple que se hace enormemente atractiva a cierto tipo de mentes y de personalidades. El odio no hace demandas en nuestro proceso mental y no nos visita para cambiar nuestras vidas. En realidad, tiende a remover la duda y nos da un sentido de decisión y un sentimiento de completo bienestar. No visita a cualquiera de las otras emociones para apoyar; sino que en realidad, las pone bastante fuera de lugar. Rechaza la comprensión, desprecia el tacto, condena la paciencia y no soportará alguna herida o desilusión sin pronta revancha. Además, siendo la más simple de las emociones, el odio también puede ser lo más completo para cierta clase de personalidades, porque le provee de un significado para su vida, algo a que oponerse o a que culpar, para aliviar el sentido de frustración o de fracaso. Más que todo, a causa de su simplicidad seductiva, el odio parece remover la necesidad para razonar, lo cual es una carga intolerable para mucha gente y para cualesquiera de sus esfuerzos auxiliares, tales como leer, analizar, estimar y juzgar. El odio sólo tiene una función y un sólo objetivo.”

Qué triste destino el de un tipo que se levanta cada mañana para destilar su odio. Qué vida vacía. Qué elección desafortunada. Qué chancro horrible metido en el cuerpo.

El amor se podría comparar a la construcción de un castillo de arena alto y elaborado, que toma muchas horas de esmerado esfuerzo, cooperación, balance y persistencia. En cambio el odio se podría comparar a un par de pies que caminan solamente con el objetivo de dar una patada que en un instante destruya lo que el otro -a quien se envidia, a quien no se puede controlar, a quien no se puede tener- ha construido. Hay tan poco amor en el mundo comparado con la cantidad de odio, expresados y latentes ambos, no porque es más sencillo para nosotros ser positivos que negativos, sino porque es más refrescante combinar y coordinar una emoción compleja en un acto creativo, que vivir ciegamente culpando, atacando y desgastando a algún "enemigo", sencillamente por nuestro desagrado hacia nosotros mismos o por nuestras desilusiones, porque somos unos terribles fracasados. A un genio tenaz le toma muchos años construir un gran castillo; pero cualquier loquito desesperado por el odio puede bombardearlo hasta hacerlo polvo en un segundo. Por eso es un sentimiento tan primario y vulgar, tan propio de gente primaria y vulgar, precisamente.

Nuestro país es un castillo en eterna construcción. Estamos los que aportamos granitos de arena y otros materiales nobles, y están los que aportan rocas de odio. El paskín, con estos "lectores" escribientes que son el alter ego de la más insensible derecha, más los que trabajan ocultos en las sombras titulando, recortando y omitiendo, son lo que ponen piedras de tropiezo en el camino de la construcción. Están enfermos por el odio. Son incapaces de poder ver la realidad, de tan cegados como están. Infelices. Se pierden lo mejor de la vida. Porque eso de trabajar para el mal no es gratuito. Son cinco minutos de fama y mil años de deshonra. Por empezar, que del odio no se vuelve, y si se vuelve, será para producir más odio envuelto con otro ropaje. Y encima esa ignorancia de evaluar que su odio provoca en forma proporcional, el mismo sentimiento a su alrededor. ¿Cómo se puede vivir tan lleno de odio y tan lleno de chancros en el cuerpo?, nos preguntamos. Y sí, ya lo sabemos: haciendo caridad pública para disimular. Pero a no engañarse. No es posible beber agua dulce y amarga al mismo tiempo.

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